Clase media

Asistimos atónitos a una realidad política y social, cuya gravedad no está siendo denunciada por parte de la “gente de bien”; tal vez porque la gente de bien sea cómplice, consciente o inconsciente, de dicha realidad. Me refiero al giro insolidario que va adquiriendo una gran parte de la sociedad y que, irresponsablemente, incorporan ciertos partidos políticos para hacer caja electoral.

Una de las virtudes de las  democracias occidentales, ha sido ir avanzando en las políticas de bienestar: universalización de la sanidad, las pensiones, la educación, el avance en los derechos sociales. Conquistas que se han ido extendiendo a la gran mayoría de la ciudadanía hasta conformar una clase media de un volumen numérico sin precedentes.
Pero esta clase media parece no ser consciente de que su condición no sólo depende de los ingresos que recibe, sino que está vinculada directamente a que el Estado, la sociedad en definitiva, le otorgue una serie de prestaciones sin las cuales no formaría parte de esa clase media tan apreciada.

Si una persona con un sueldo medio alto, tuviese que hacerse cargo de un colegio privado, de un seguro privado de salud, de un plan de pensiones, de un crédito para operarse una cadera o llevar a su hijo a la universidad, posiblemente no formase parte ya de ese estatus social.
Si la sociedad carece de esta conciencia, se tenderá a la destrucción del estado del bienestar y, no queda la menor duda, que todos saldremos perdiendo; los primeros, la clase media.

En la actual época de crisis y alentados –o calentados– por las fuerzas más reaccionarias, ganan peso ideas insolidarias como la xenofobia, la objeción fiscal, el neomachismo, el fundamentalismo religioso, el fascismo… lo que viene en conformar en Estados Unidos el tan nombrado tea party y que no es otra cosa que la incorporación al ideario de la extrema derecha de los miedos de la clase media cada vez más mayoritaria: el miedo al otro, el odio a lo diferente, el desprecio al necesitado, la amenaza a quien aún cree en la justicia social. Estas ideas con nuevos disfraces constituyen los más antiguos principios de la derecha, que siempre han estado presentes bajo las sábanas blancas en torno a una cruz ardiendo o en las tertulias de los antiguos casinos o las actuales televisiones digitales.

¿Cual es pues la novedad? La peligrosa novedad es que dichas ideas van calando en una clase media que el estado de bienestar han hecho demasiado numerosa. Esto tampoco es nuevo, ya Federico Engels hablaba hace casi dos siglos del aburguesamiento de la sociedad como uno de los enemigos del progreso social.

Los que creemos en la igualdad y la justicia social, debemos hacer el mayor esfuerzo pedagógico para denunciar esta gran falacia que se abre camino. Debemos defender con claridad el derecho de los hombres y mujeres a moverse libremente por el mundo en busca de su bienestar, porque ese movimiento genera recursos humanos y materiales a los países de origen y de destino. Asumir la idea de que los inmigrantes son los causantes del desempleo, mientras cuidan a nuestros padres o abuelos o hacen los trabajos que no queremos, no es sólo un ejercicio de hipocresía, sino que nos retrotrae a los argumentarios políticos que dieron la victoria a Hitler antes de la II Guerra Mundial.

Debemos defender sin complejos que sólo la progresividad fiscal puede hacer viable un modelo social del que nos beneficiamos todos. Y que la eliminación de un modelo razonable de impuestos, traería inexorablemente la caída de servicios esenciales para nosotros y nuestros hijos.
Debemos defender sin complejos la libertad de las mujeres y hombres para vivir su sexualidad como algo natural, que les hace más felices e iguales.

Y debemos defender estos principios con todos los medios de alcance de un estado democrático: frente al capital privado de las televisiones extremistas, con el capital público de todos los ciudadanos para difundir en los medios democráticos los valores que han hecho mejor a esta sociedad: la justicia, el respeto al medio ambiente, la igualdad, la educación, la solidaridad…
Si no lo hacemos “ellos” ganarán. Y estoy convencido que luego será demasiado tarde.

¿Democracia insolidaria?

por Antonio F. Pradas Torres en EL CORREO DE ANDALUCIA

Grandes tesoros de la cerámica en el Alcázar de Sevilla

Galería de fotos de Jaime Martínez en DdS

El camino hasta llegar a hoy ha sido largo, tortuoso a veces y laborioso por parte de todos los implicados, pero el deseo de Vicente Carranza de que esta colección se disfrutase en nuestra ciudad ha superado todas las dificultades. Las gestiones se iniciaron en el año 2003 y hoy culminan con la inauguración de esta exposición porque nuestro objetivo ha sido común: Que los sevillanos pudiesen disfrutar de una colección de cerámica que es fruto del pasado histórico de esta ciudad, un importante elemento de su identidad y un conjunto patrimonial que mira hacia el futuro.

La colección de cerámica que hoy abrimos al público en el Cuarto Alto del Almirante abarca tres ámbitos diferentes: en el sala 1 se muestra la cerámica musulmana y mudéjar, entre los siglos XII y XIV. Una cerámica muy similar a la que todavía hoy vemos en muchos patios sevillanos. En la sala 2, la cerámica del Renacimiento; y en la sala 3, la Cerámica Barroca, del siglo XVII y la primera mitad del XVIII. 

A partir de ahora, todas estas piezas se denominarán  Colección de Cerámica de Triana Miguel Ángel Carranza, un nombre propio para una colección excepcional cuyo valor va mucho más allá del económico (aunque está valorada en más de un millón de euros) y que radica en la calidad y variedad de las obras cedidas a la ciudad de Sevilla. 

Un nombre propio que también abarca a la parte de la colección que se expondrá en el Museo de la Cerámica de Triana, que ya está en obras, y en el que se podrán contemplar las piezas correspondientes a los siglos XIX y XX. 

La colección completa son más de 800 azulejos procedentes de conventos desaparecidos, de templos… que Vicente Carranza y su hijo Miguel Ángel han ido reuniendo con mimo durante casi cuarenta años  y que nos presentan una parte muy importante de nuestro acervo cultural y de la vida diaria de los sevillanos desde el siglo XII, amén de piezas cuyo uso ya se ha perdido pero que fueron fundamentales en su tiempo como las vasijas, tinteros o los botes usados por los boticarios en las farmacias, así como las escudillas que los médicos destinaban a realizar sangrías a los pacientes. 

Y son piezas que, además de encerrar historias de sevillanos y sevillanas que vivieron dentro de las mismas murallas que rodean ahora a una parte de la ciudad, guardan importantes logros de alquimia medieval como los reflejos dorados de algunas de las piezas que, a partir de ahora, podremos ver en esta exposición permanente. 

Quiero destacar que en Andalucía no existe en la actualidad ningún museo destinado a la Cerámica. Un déficit muy curioso teniendo en cuenta que la cerámica forma parte de nosotros mismos. O quizás por eso. Ahora, al verla expuesta en nuestro Real Alcázar y, en cuanto finalicen las obras, en el Museo de la Cerámica, el primero de Andalucía, insisto, podremos darle el valor que tiene a estas importantísimas piezas. 

La exposición, que se ha montado con mimo, rigor histórico y una estética moderna además de todas las medidas de seguridad pertinentes, pretende hacernos reflexionar sobre el valor de la Cultura que hemos heredado, un valor que no sólo deben ver quienes nos visitan sino, primero, nosotros mismos.

El objetivo político del Ayuntamiento en esta última década ha sido la de hacer avanzar a Sevilla recuperando su patrimonio, su legado y su pasado sin renunciar, por supuesto, a la creación y la innovación. Y por eso hemos emprendido proyectos muy ambiciosos de los que nos sentimos orgullosos. La recuperación de los espacios históricos del Casco Antiguo de la ciudad, como la Avenida o la Plaza Nueva, por poner dos ejemplos muy tangibles, o el Castillo de San Jorge y el Antiquarium de la Encarnación, son fundamentales en el motor económico de Sevilla.  En este marco se encuadra esta nueva iniciativa.