De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma…
Luis Cernuda, un siglo atrás, año más o menos, escribió estos poemas a edad tardía, con la melancolía de una tarde de Sevilla como la de hoy. El exiliado político y estético tuvo que reescribir en su memoria no solo el paisaje del que todos estamos disfrutando esta tarde, tuvo que inventarse la patria de su infancia, Sevilla, tuvo que dibujarse a si mismo porque ningún espejo le devolvía jamás de manera tan exacta el hombre niño que fue en la ciudad, la Sevilla que hoy, ahora, está de fiesta. De fiesta democrática, repito.
Con no menos dolor aunque tal vez con menos desgarro otro poeta sevillano revisitó Sevilla una y otra vez. En esta ocasión, escuchen, podría el premio Nóbel Vicente Aleixandre estar contándonos a nosotros, mismos, esta misma orilla, este mismo muelle. Esta misma tarde.
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
-El pie breve,
la luz vencida alegre-.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.
Dice otro sevillano impertinente e impenitente, el estudioso Baltanás, que la poesía llena toda nuestra vida, que la publicidad, los éxitos de operación triunfo y los cuarenta principales, los rezos y los lemas de campaña electoral son poesía. Buena o mala. Pero es la poética del tiempo que nos toca vivir. A nosotros, actores y lectores de nuestra vida nos toca decidir si optamos por ser meros consumidores de las rimas de otros o queremos escribir nuestras obras completas al tiempo que hacemos, que somos la ciudad.
Aquel viejo colegio,
los primeros guateques,
el primer cigarrillo
y los castos amores.
Todavía la inocencia
soñando disparates
—rebeldías con regusto
a pan y chocolate—.
Señor, cómo nos mata
el tiempo. Cómo vamos
quedándonos desnudos
y solos, como fríos
esqueletos de otoño.
Pero no te preocupes,
corazón, no me llores.
Si anochece y no hay nadie,
let it be.
Es Javier Salvago quien nos habla, un sevillano de edad mediana y enorme altura, un solitario eterno, eterna su manera de evocar esos recuerdos que son nuestros cuando los oímos, cuando los leemos. Ninguno de estos tres poemas de tres sevillanos son papeles mojados, son retórica.
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